miércoles, 16 de septiembre de 2009

Manual para Pastoral de Prevención de la drogadicción

“La Iglesia, en nombre de Cristo, propone una terapia y una alternativa: la terapia del amor, porque Dios es amor, y el que vive en el amor actualiza la comunión con los demás y con Dios” (“Iglesia, droga y toxicomanía” N. 55).
Pueden descargar un Manual realizado por P. Cristián Precht Bañados Vicario Episcopal para la Zona Sur de Santiago de Chile, en el siguiente enlace:
http://www.mediafire.com/?mtthwm0d2kz

Está en Adobe, descomprimir con winzip o winrar. Es un excelente material de ayuda.

Salvar a los Jóvenes de las Drogas

Transcribimos parte de la Homilía de Monseñor Cargnelo en virtud del pacto de Renovación del Milagro en Salta:
Con profunda esperanza queremos renovar nuestro compromiso misionero a favor de la vida y de la familia, de la educación y de la juventud, de la justicia y de la paz.
Tesoro de los más importantes de nuestros pueblos, la familia es cuna y escuela de humanidad. Necesitamos escuchar la buena noticia de tu proyecto de amor sobre ella. Tu Rostro nos habla, Señor del Milagro, de la familia. Estás en la Cruz para recordarnos que es la entrega de amor del Padre por nosotros lo que te llevó hasta la entrega de tu vida y los resplandores de la resurrección nos hablan de la fuerza del Espíritu que brotando de tus labios se hacen familia en cada hogar que aprende a comenzar cada día, a jugarse por la vida y por la educación, por la fidelidad y por un mañana construido por la generosidad, por el trabajo, por la paciencia, por el perdón.
Queremos, como Iglesia particular, reafirmar nuestro compromiso por una pastoral familiar intensa y vigorosa para proclamar el evangelio de la familia, promover la cultura de la vida y trabajar para que los derechos de las familias sean reconocidos y respetados. Invitamos a todos los cristianos a descubrir el manantial de gracia y de humanismo que brotan del sacramento del matrimonio. Lo hacemos pensando en los queridos jóvenes que buscan caminar hacia un futuro con alguna certeza: ¡No teman empeñar la vida por la familia! Pero, prepárense desde un noviazgo que sea escuela de don generoso y no de egoísmo compartido.
Desde el dolor que hiere el corazón de tantas familias, te pido Señor, por la niñez. Los niños son tu regalo a cada generación, una provocación a renovar la esperanza y a construir un mundo mejor. Tú los elegiste con ternura: (Mt 9,14). Y sin embargo, tenemos tanto que crecer para construir una ciudad que no agreda a los niños. Niños a los que se les niega el derecho a ver la luz de este mundo, niños en la calle trabajando sin contención alguna, muchas veces usados por sus mismos padres; niños y niñas engañados y entregados a la prostitución; niños huérfanos de padres vivos, niños excluidos de la educación a la que tienen derecho! ¡Niños que se drogan! ¡Niños sin derecho a ser niños! Constituye para nuestra sociedad y para nuestra comunidad eclesial todo un desafío el trabajar por ellos para que el presente sea menos agresivo y un futuro mejor sea posible.
Al proclamar nuestra fe en la cultura de la vida y nuestro empeño por construirla cada día promoviendo su respeto desde la concepción hasta la muerte queremos pedirte fuerza para no desfallecer, mirada para descubrirte en la necesidad que acompaña al niño, al joven, al anciano, al enfermo, al pobre, y valentía para trabajar por cada ser humano que nos necesite.
Miramos a nuestros jóvenes y renovamos nuestra esperanza en ellos. Al contemplarte, Señor, en la cruz, pienso en la mirada que dirigiste al joven del que nos habla tu evangelio. Jóvenes. Hoy el Señor los está mirando. Hoy el Señor te está mirando! Tus esperanzas y tus miedos son sus esperanzas y sus miedos, como lo son de su Iglesia. No temas arrimarte al Señor. Construye tu futuro respetándote en este presente como un ser humano llamado a la generosidad y a la entrega. Hoy, como lo fue ayer y como lo será siempre, sólo hay un camino de realización plena, el del trabajo, del estudio, de la amistad verdadera, de las aspiraciones nobles ¡No temas al Señor! Asciende hacia lo alto. Busca a Dios.
También nosotros fuimos jóvenes y aspiramos cambiar el mundo. La vida nos fue enseñando que sólo siendo plenamente hombres, personas, podemos aportar una real mejora a nuestro tiempo. Joven, eres persona, no cliente. Eres hijo de Dios, no mercadería.
Al contemplar el rostro de tantos jóvenes heridos por el flagelo inicuo de la droga que se extiende como un cáncer en nuestros barrios aumentando el miedo, la inseguridad y la muerte, permítanme exhortar a los muchachos y a las chicas a no ceder a los mercaderes de la destrucción e implorar con fuerza y, si es necesario, imperar a quienes trafican con el futuro y la vida de los mismos: No les es lícito continuar matando. Este ataque ignominioso que se libra contra la sociedad para llenar bolsillos de comerciantes de la muerte, exige la respuesta urgente de todas las fuerzas sociales que asuman el presente haciéndonos cargo ante la historia y ante Ti, Señor, de la gravedad de la hora. Cada joven que sucumbe es una cachetada a una sociedad que tiene el riesgo de anestesiarse contemplando impávida su propia destrucción.
Frente a las amenazas que se ciernen sobre todo contra el mundo de los niños y de los jóvenes, hemos de reafirmar como Iglesia y como sociedad un compromiso real con la educación. Trabajando para mejorar el sistema educativo, cultivando la calidad y procurando incluir a todos, hemos de recuperar el sentido de la vocación y de la tarea del educador y restituirles el aprecio social que merece la persona del docente. Una generación capaz de asumir como prioridad la tarea educativa será digna del bicentenario.
Desde el corazón mismo de la Iglesia miramos con esperanza el mundo. Renovamos nuestra convicción que el mundo creado por Dios es hermoso ya que procede de su designio de sabiduría y de amor. El pecado mancilló su belleza. Nos lo recuerda la historia de cada día desde los gritos de las víctimas de la injusticia, del odio, de la maldad, del desencuentro. Pero nosotros sabemos que Dios es el viviente. Contemplándote en la riqueza de tu Pascua proclamamos en esta tarde el triunfo de la vida y nos reafirmamos en la fuerza del perdón. Por eso queremos trabajar por la justicia y por la equidad. Queremos seguir apostando por el diálogo que crea fraternidad, por el respeto que permite la dignidad, por la verdad que custodia a la humanidad. “La sociedad cada vez mas globalizada nos hace mas cercanos pero no mas hermanos”[3], nos advierte el Papa Benito XVI. Nos urge como Iglesia ser testigos de la vocación del Padre que nos enseña, mediante el Hijo, lo que es la caridad fraterna. El Bicentenario es una llamada a ser una nación cuya identidad sea la pasión por la verdad y el compromiso por el bien común.

PADRE MONTI

Corría el siglo XIX y el agnosticismo cundía entre las gentes. Fue entonces cuando el Espíritu Santo inspiró a varios hombres y mujeres excepcionales, enriquecidos con el carisma de la “asistencia” y de la “acogida”, para que el amor al prójimo convenciese al hombre escéptico y positivista a creer en Dios-amor.
El Padre Luigi Monti, beato de la caridad, pasó a engrosar las filas de fieles sumidos en el Espíritu Santo. Dio fe del amor al prójimo bajo la insignia de la Inmaculada: la Mujer que nó conoció el pecado, símbolo de la liberación de todos los males.
Luigi Monti, religioso laico, a quien sus discípulos veneraban llamándole “padre” debido a su irrebatible paternidad espiritual, nació en Bovisio, el 24 de julio de 1825, el octavo de una familia con once hijos. Huérfano de padre a los 12 años, se hizo carpintero para ayudar a su madre y a sus hermanos pequeños. Joven apasionado, reunió en su taller a muchos artesanos de su edad así como a campesinos para dar vida a un oratorio vespertino. El grupo se denominó la Compañía del
Sagrado Corazón de Jesús, pero el pueblo de Bovisio no tardó en apodarlo “La Compañía de los Hermanos”.
Dicha compañía se caracterizaba por la austeridad de vida, la dedicación al enfermo y al pobre, por el tesón para evangelizar a los que se hallaban alejados del camino. Luigi capitaneaba el grupo. En 1846, a los 21 años de edad, se consagró a Dios y emitió votos de castidad y obediencia en manos de su padre espiritual. Fue un fiel laico consagrado a la Iglesia de Dios, sin convento y sin hábito.


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